La noche ensaya truenos y diluye la fiebre que ahora nos araña las, ventanas. Espada
que nos crece por dentro de la voz. El viento llega siempre muy cansado. Se queda
en el portal y enmarca los rumores de las voces todavía no gastadas. Como un caballo
grita y nos transmite su locura. Encanece el dolor y se revuelve por dentro de las arcas.
Temblores de alarido descosen las cortinas. Hay un reloj sin horas hacia donde
convergen las miradas.
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