miércoles, 28 de septiembre de 2011

XV


Para ensayar la lluvia. Para reconstruir las escaleras de la noche. Los árboles difun­den

consignas en lo oscuro. Con quiebros de cintura nos llaman a esa danza que anula las

distancias. Las ramas hacen ges­tos detrás de los cristales. Todos los cuentos tristes

tenían personajes parecidos a los robles. Para esconder el miedo a los cuchi­llos del

invierno. La lluvia mordisquea el horizonte. Los ojos y las manos y la piel se nos diluyen.

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