miércoles, 28 de septiembre de 2011

XIV


Los perros articulan la noche con sus ojos de azogue. Pastorean las sombras y conducen nuestros miedos. Pero, a veces, se nos vuelven aliados de los llantos. Cuando imitan al lobo y su cantiga lúgubre. Tam­bién sus sueños tienen rincones tortuosos. Y su terror traspasa tarimas y paredes. Un edificio crece por dentro del silencio. El viento crea imágenes para una danza fúne­bre. Los perros nos avisan de todo lo que fluye. De todo lo incorpóreo que late y fruc­tifica. La noche extiende mantos sobre nuestra vigilia. Otra vida sin sangre pulula por sus túneles.

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